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                                                                  Entrevista concedida a Radio Francia Internacional, en el marco del Festival

                                                                                               Internacional de Avignon 2006.

 

 

 

 

 

 

 

 

Ulises Cala en la Feria del Libro*

Por Maydelín Díaz

 

]Ulises es conocido como dramaturgo, poeta  y narrador. Actualmente se desempeña como editor en la Editorial Cauce. Durante un tiempo dirigió el Departamento Comercial del Centro del Libro por lo que tuvo a su cargo un área fundamental de ese magno suceso

sociocultural que es la Feria.

 

  • Has logrado excelentes resultados tanto en el teatro como en la novela. En qué género te sientes más cómodo. Qué te aportan.

 

R- Con ninguno de los géneros me siento cómodo. Para mí escribir es una tortura, lo que pasa es que algunos somos masoquistas. Colocar lo mejor posible una palabra detrás de otra se me vuelve un acto tormentoso, es como un parto, y discúlpame el lugar común,

pero distócico. Trato de escribir todos los días, no por esa supuesta disciplina escrituraría de la que se habla por ahí, sino porque, de no hacerlo, no hubiera logrado terminar el primer texto; la jornada que puedo hilvanar doscientas palabras es toda una fiesta. Pero, con independencia de este rosario de fatigas, el placer de tener delante una página de la que estás satisfecho, es una de las mayores alegrías que uno pueda experimentar;  y eso es lo que me aportan: satisfacción.

 

  • ¿La poesía es sólo un divertimento?

 

R- Un pecado de juventud. Todos comenzamos con la poesía, incluso los narradores más acérrimos, que, con mucho de sentido común, se han resistido a publicar ese primer hijo que nadie quiso: el librito de versos que no se atreven a destruir y, cada cierto tiempo, revisan con más nostalgia que pena. En mi caso no pude aguantar la tentación; cuando descubrí que mi mundo poético no lograba ir más allá de las evocaciones de la infancia perdida y unos amores supuestamente inolvidables, eché mano a mi poesía completa: un cartapacio de hojas de libreta escritas a lápiz, y con ellas conformé el tomito mínimo que, después de alguna mención en algún que otro concurso, vio la luz gracias a la buena voluntad de un amigo que, no por serlo, había dejado de creer en aquellos pliegos. He vuelvo más de una vez a “Poemas del hijo pródigo”, cosa que no he hecho con mis otros libros publicados, y aunque sé muy bien que no es “La Poesía”, nunca me arrepentiré de haberlo escrito. Ahora, cuando el caso lo merita, compongo alguna rima, pero no creo que haya alguien dispuesto a ponerlas en letra impresa.

 

  •  Cómo valoras estas grandes ferias pinareñas desde tus experiencias como escritor, editor y también gestor de las mismas.

 

R- Las Ferias del libro constituyen, sin lugar a dudas, el mayor evento cultural que se realiza en la provincia; ninguno es capaz de movilizar tantas personas durante tanto tiempo y, ninguno como este, se extiende más allá de sus fronteras. No he tenido la oportunidad de estar en otros recintos feriales, salvo en La Cabaña (quizá ahora, en mis funciones como editor de Cauce, pueda hacerlo), pero pienso que la nuestra tiene que estar entre las mejores del país, no sólo por su gigantismo, que a veces la lastra (llena de espectáculos musicales que nada le aportan), sino por la alta calidad de sus propuestas literarias que atraen un público cada vez más atento y numeroso. La Feria como gestor (desde dentro), es toda una complicación. La cantidad de trabajo no deja un solo momento para degustarla; pero, en mi caso, me dio la oportunidad de compartir aquellas maratónicas jornadas con un grupo de gentes increíble que, como Silvio Álvarez de la Campa, verdadero artífice de la Feria en Pinar del Río, ponen todo su empeño en que el evento tenga el lustre que merece. Sé que esto, dicho así, parece palabra hueca o mero barniz, pero fue lo que viví y no hay otra forma de expresarlo.

 

 

*Publicado en: Ateneo Literario 3/2007

 

Radio Francia Internacional - Avignon 2006
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Por Waldo González López

Calar en Ulises Cala y en su dramaturgia: «la escena para mí sigue siendo un misterio»

(Entrevista desde Miami hasta Pinar del Río)

                                                                 

   Años atrás conocí al talentoso escritor Ulises Cala en su Pinar del Río natal, durante una visita como jurado de un evento de Talleres Literarios. Ya yo había estado en la hermosa cuna de dos grandes: el inolvidable narrador Cirilo Villaverde, autor de la novela canónica de la Isla: Cecilia Valdés, y Heberto Padilla (1932–2000), el célebre poeta de un título que marcó pauta en el verso cubano de los ’60: Fuera del juego (1968).

 

  Allí, apenas charlamos, de inmediato, Ulises y yo hicimos una fluida química. Poco después, al leer su primer volumen de piezas teatrales, corroboré mi primera intuición: que estaba ante un talentoso dramaturgo, gracias a la lectura del original de Ciertas

tristísimas historias de amor (1996), que pude disfrutar antes de su aparición y presentación, pues mi esposa, investigadora literaria y ensayista, Mayra Hernández Menéndez, fue la editora del volumen.

 

   Pero, mi primera impresión (vertida en un comentario que publiqué en el sitio digital cubano Cubarte) fue la que sigue: con la publicación de su Premio del Concurso Pinos Nuevos, para jóvenes autores, surgía una nueva y valiosa voz, cuya impetuosa impronta y vital aliento pronto serían corroborados por las sucesivas puestas de la obra, a cargo del también dramaturgo y director Yoshvani Medina, quien es, hasta el momento, el principal gestor de sus montajes en el Caribe y Europa.

 

   Desde su puesta en francés de Quelques histoires d´amour tres tres tristes (para presentarla primero en Fort de France, Martinica y, luego, en Francia, en el Festival de Avignon, 2006), esta pieza ha gozado del éxito de público y crítica, por lo que fue llevada a DVD por la televisión francesa (y es visible en youtube). También en República Dominicana un grupo de danza colombiano la adaptó y estrenó en versión para danza contemporánea.

 

   Asimismo Medina dirigió, en su sala ArtSpoken, las siguientes piezas de Cala: Los dictados del fuego (2010), El dado Job (2010), Yerma (2011) y Rosita (2011). Pero, cuatro años atrás, en 2008, montaría Ciertas tristísimas historias de amor, con el actor cubano Juan David Ferrer y la actriz colombiana Adriana Oliveros, presentada una sola vez, en el abortado proyecto escénico MIAW (Miami Art Workshop).

 

   En el diciembre miamense del 2011, durante el exitoso I Festival Internacional de Obras de Pequeño Formato, dirigido por Medina, se estrenaría Eróstrato —interpretada por el actor costarricense John Chávez— y Las hijas, versión de La casa de Bernarda Alba, de García Lorca. Y sólo dos semanas atrás, el propio director estrenó la más reciente pieza de Ulises Cala Una muchacha con la cabeza llena de pájaros, actuada por los destacados intérpretes de la TV Rosalinda Rodríguez, Natalia Ramírez y Gabriel Porras.

 

   Pero hay más en torno a este valioso team work, sustancioso vínculo autor-director Cala-Medina: La otra orilla, finalista del Concurso de Dramaturgia Innovadora de Madrid 2005, será montada por Medina antes de partir a Broadway en junio de este año y, por último, otra obra que espera ser montada es Inferno Cinema.

 

ULISES CALA EN PINAR DEL RÍO Y VA AL MUNDO         

 

Ulises, ¿por qué y para qué escribes teatro?

 

-Waldo, no sé por qué escribo teatro y tampoco creo estar muy seguro de para qué.  Acaso escribir sea una especie de fatalidad. Siempre he creído que, como los héroes de la tragedia, marchamos inexorablemente hacia un destino que alguien eligió para nosotros, y escribimos teatro, poesía o novela, porque no podemos hacer otra cosa.

 

«El poeta portugués Fernando Pessoa quien, sin elegirlo, y hasta sin segundas intenciones, desdobló su voz en la voz de otros poetas, anotó en cierta oportunidad: “Río, el destino de mis aguas era no quedar en mí; ahí puede estar la clave, en esa predestinación de fluir hacia otra parte.”

 

«No puedo decirte que me guste escribir, mucho se ha hablado de la agonía ante la página en blanco, y no vale la pena llover sobre mojado, pero sí quiero apuntar, aunque igual sea un lugar común: son las historias las que vienen por nosotros, historias que, a veces, no alcanzamos a entender del todo, pero que tenemos la urgencia de contar.

 

«Esto nos lleva a tu segunda pregunta: para qué escribimos; en mi caso creo que para sentirme bien conmigo mismo. Aquellas teorizaciones sobre la función social de la literatura y el arte siempre me parecieron un mal chiste; se suponía que mientras más leyéramos a Shakespeare, mejores personas seríamos y nuestras sociedades otro tanto pero; luego de siglos de cultura, el Arte (así, en mayúscula) sigue siendo asunto de unos pocos, Shakespeare se apolilla en los estantes mientras la mayoría sigue prefiriendo el circo, al que acceden ahora con solo presionar un botón.»

 

¿Desde cuándo te dedicas a la escena?

 

-Muy joven, allá por los ‘60s del siglo pasado, en una de aquellas compilaciones de Herminio Almendros (al que tú conociste, visitaste en su casa de El Vedado y dedicaste tu primer poemario para niños), tan bellas y profusamente ilustradas, que circulaban entonces, leí el Sancho Panza en la ínsula de Barataria; era la primera vez que me enfrentaba a un texto para la escena y ese, como todo primer acercamiento, fue decisivo.

 

«Descubrir la escritura teatral, a la vez que una revelación, se convirtió en un destino (y volvemos a los destinos). Entonces escribí El hombre del báculo, continuación de la escena de los mercaderes, para, tan pronto fuera leída por Herminio Almendros, la hiciera publicar a continuación del Sancho (¡bella y triste inocencia la del niño que era yo!).

 

«Por ese mismo tiempo, el grupo dramático de Pinar del Río ensayaba en el teatrico de la vieja emisora radial CMAB, donde yo, desde esa táctica de impunidad que tan bien saben emplear los niños, me colaba a verlos trabajar. Algunos de aquellos actores serían después amigos míos, pero esa ya es otra historia; lo importante entonces fue el deslumbramiento, la convicción de que allí algo extraordinario estaba pasando, algo de lo que yo también quería ser parte. «Luego la vida se encargaría de alejarme de aquel y de otros teatricos, aunque no de la escritura que resistió ventiscas y diluvios. Más tarde, en los ochenta, con el embrión de una obra todavía por hacer, y aunque ya no existía la salita de la CMAB, no existía siquiera la CMAB, me acerqué de nuevo a aquel grupo, un acercamiento que ya no tuvo la magia del primero, pero esa también es otra historia.»

 

Entonces, ¿qué significa la escena la escena para ti?

 

-Soy un hacedor de textos para que sean representados, pero no lo que se llama un “hombre de teatro”. Las veces que he podido participar en el acto de la creación escénica propiamente dicha, aparte de experiencias maravillosas, han sido tan pocas que, de no ser por lo mucho que me aportaron, no valdría la pena mencionarlas; allí entendí, por ejemplo, que la escena es el reino del director y los actores, donde el dramaturgo, luego de escribir los diálogos, tiene muy poco que tributar.

 

«Si son verdaderos artistas, y parto siempre desde ese presupuesto, director y actores construirán una cosmogonía propia que en nada tiene que coincidir con la del escribiente; ellos han de servirse del texto como de cualquier otro recurso. Por eso, cada vez más, mis obras se liberan de todo lo que pudiera resultar superfluo: didascalias, identificación de personajes, incluso, dentro de la propia escritura, he llegado a prescindir de la sintaxis.

 

«Asisto a la puesta de mis obras con la misma curiosidad que el menos avisado de los espectadores, esperando qué va a pasar; por eso es tan frustrante cuando no pasa nada. Veo el teatro desde la literatura; la escena para mí sigue siendo un misterio.»

 

Tus piezas no han tenido en Cuba tanta repercusión como en Martinica, Francia y Miami, gracias a las puestas del talentoso autor y director cubano Yoshvani Medina. ¿A qué crees se debe esto?

 

-No he sido un autor demasiado representado, acaso sea un autor incómodo, habría que preguntarle a los directores. En cierta oportunidad un actor joven (por lo general son jóvenes los que se aventuran en mis textos, muchachos que no conozco y me llaman disculpándose por ser aficionados, estar estudiando, o no poder pagarme, pero a los que siempre trato de ayudar), este joven, te decía, fue a ver a un director para que le montaran un texto mío y el hombre, luego de leerlo le comentó: Pero, ¿cómo se hace esto? Yo venía, le respondió él, porque pensaba que usted sabía. De todas formas siempre habrá algún valiente, como Luís Emilio Martínez o Silvia Caballero que han construido, a partir de mis textos, muy dignos espectáculos.

 

«No he podido ver la mayoría de los montajes que se han hecho; a veces, alguno de estos muchachos de que te hablé, me invita a su estreno pero, si son de otras provincias, como suele pasar, la cosa se dificulta; otros, sean jóvenes o no, ni siquiera tienen esa delicadeza, y me entero tiempo después, como de un grupo colombiano de danza contemporánea que tenía espectáculo inspirado en

 

La otra orilla; ¿qué le vamos a hacer?

 

«Conocí a Yoshvani Medina a finales de los ochenta. Yo volvía de diez años malgastados, de la caída de tanto y tanto ídolo, y no me encontraba a gusto en ninguna parte; él era una especie de enfant terrible, díscolo, irreverente, pero, sobre todo, talentoso, y eso —ya lo sabemos— no siempre provoca los mejores sentimientos de la gente: era tan admirado como atacado, sobre todo en determinados cenáculos.

 

«Se podía decir, para utilizar los giros de la época, que éramos dos “inadaptados”; acaso por eso, pese a la diferencia de edad, y hasta de proyección, construimos una amistad y una relación de trabajo que ha resistido el tiempo, la distancia y hasta las intrigas malintencionadas de terceros.

 

«En Pinar del Río hicimos El dado Job, que fue todo un suceso, hoy referente obligado cada vez que se habla del teatro en la provincia, luego vendría la aventura francesa que culminó en aquel festival de Avignon donde, para decirlo rápido y en buen cubano, “acabamos”, y ahora el trabajo que está haciendo en Miami del que nada he podido ver. Nadie como él ha sabido leer en mis obras, identificarse y construir a partir de ellas. ¿Por qué justamente él?: misterios de la creación.»

 

¿Qué piezas has escrito en fecha reciente?

 

-La última obra que he escrito se llama Encerrados afuera, un título que me sugirió Yoshvani para la historia de dos extraviados que deambulan en una ciudad sin cine.

 

También narrador, mereciste no hace mucho el Premio Uneac por ¿tu primera novela? Cuéntame, por favor.

 

-Nunca me consideré un narrador. El pasajero, que así se llama la novela, comenzó como un ejercicio, una especie de divertimento, y parece una petulancia, pero cuando la terminé estaba tan sorprendido que no sabía qué hacer con ella. La leyeron algunos amigos que me hicieron sabías observaciones, y empecé a creerme que podría ser publicada. Con ese objetivo se la hice llegar a otro amigo, allende a los mares, pero su elogio fue como un portazo: “Es buena, pero no muy buena…” Todavía con el alma rota, y alentado por mi mujer, la envié al premio UNEAC donde tuve la suerte de que ganara. Esa es la historia. Ha tenido muy buenas críticas y, en general, me ha dado más de una satisfacción, la principal: no lamentarme de haberla escrito.»

 

También te dedicas a la poesía y has publicado algún libro de versos. ¿Planes también en este género?

 

-La poesía fue un pecado de juventud. Cuando descubrí que mi mundo poético no lograba ir más allá de las evocaciones de la infancia perdida y unos amores supuestamente inolvidables, eché mano a mi “poesía completa”: un cartapacio de hojas de libreta escritas a lápiz y, con ellas, conformé el tomito mínimo que es Poemas del hijo pródigo. Lo hice publicar más por nostalgia que por convicción.  Ahora, al cabo de los años, todavía lo leo con nostalgia y, aunque sé muy bien que no es “La Poesía”, me sigue gustando. Pero… ¡hasta ahí, tampoco hay que exagerar!”

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